Relatos de la ciudad: Paul a las doce y media de la noche en punto

Para mi el ejercicio de la literatura significó el ejercicio de mi visibilidad. Colocar en una hoja mis emociones, deseos, miedos y aspiraciones tuvo un gran efecto liberador en una época en la cual no sabía o no veía la verdadera dimensión de lo que hacerlo significaba. "Paul a las doce de la noche" fue uno de mis primeros relatos en donde escribo acerca de una pareja del mismo sexo con el amor y el deseo erótico presentes. Escrito durante el año 2005, apareció por primera vez en una publicación  online llamada El Rincón del Diablo en el año 2007, y el mismo año en papel impreso dentro de una selección de cuentos regionales titulado La Santa Cede (Editorial Río Grande).

Por Antonio Capurro


Para los hombres que alguna vez fuimos...


     Paul a las doce y media de la noche en punto está desnudo sobre la cama esperando ansiosamente los brazos de Sebastián, como todos los sábados y domingos en que pueden amarse sin deberle explicaciones a nada: ni Paul a su familia, ni Sebastián a su prestigio. Paul, el estudio; Sebastián, los negocios. Paul, la juventud, Sebastián, la madurez. Paul, el peligro, Sebastián, la cautela. Paul con las ganas de quitarse el antifaz, Sebastián con sus dudas respecto a dar un importante paso en su vida. Esta noche la puntualidad de Sebastián acumula su primer punto en contra. Paul en la semioscuridad de la habitación piensa en la causa de tan repentina demora. No desea hacerse mala leche; así que hace de cuenta que algo muy importante en el trabajo ha retenido a Sebastián. El teléfono no suena, el celular tampoco. A esas horas y en ese momento una llamada puede hacer la diferencia, la gran diferencia. En lugar de comerse las uñas, Paul deja la suavidad del colchón y va directo al baño. Metido en la ducha permite que el chorro de la regadera cumpla un total efecto relajador bajo su nuca. Permanece así por más de cinco minutos, es la segunda vez que se ducha en el mismo día, por estos días mantiene largos sus ensortijados cabellos castaños, casi hasta el cuello, como le gusta a Sebastián que encuentra muy sexy aquel fresco look, aunque él no comparta la misma idea. Los mojados rizos caen sobre sus ojos cegándole brevemente la visión, con una mano los lleva hacia atrás y con la otra palpa en el colgador de la pared tratando de hallar la bata, pero no encuentra nada, tampoco ninguna toalla para atar a su cintura. Cuando pisa la fría losa en lugar del seco tapiz, sus húmedos pies casi le hacen resbalar "Mierda, nada está en su correcto sitio". No se ha colocado nada sobre la piel después de secarse, excepto desodorante y perfume. Mirándose en el espejo de cuerpo entero centra su atención en el vello que desde su pecho crece rebelde hasta formar un frondoso bosque en su pelvis. Acaricia su miembro deseando encontrar entre sus dedos las manos de Sebastián, esas manos de hombre hábil, diestro y experto que saben tocar en la zona precisa. Paul permanece un rato más pensando  cuánto tiempo podrán durar de esa manera, a hurtadillas, teniendo que ocultarse de todo el mundo. Será una larga noche de espera, una noche que no cree poder resistir más. Puede llamar a Sebastián; sin embargo, prefiere no darle una chance de explicación, no quiere oír lo mismo de siempre, no quiere entender sus disculpas de hombre súper ocupado. “Tú sabes querido Paul, los negocios son los negocios, en la agenda hay citas ineludibles compromisos ya pactados que no dan espacio a postergaciones. Es así, cariño, que le hago pues. Ya tendremos el sábado y el domingo para nosotros, entre semana me es muy difícil. Entiéndeme, por favor, Paul”. Sebastián y sus argumentos, Sebastián y el qué dirán, Sebastián y su temor a decir que ama a otro hombre.

       La televisión me aburre pese a que haya un montón de canales para escoger en el cable, pero de qué me sirve el jacuzzi, el trago, la cama, mi cuerpo que desea amarte si tú no estás aquí. No, Sebastián, esta noche de sábado no voy a quedarme colgado frente a una pantalla plana de no sé cuántas pulgadas ni mirando el reloj cada cinco minutos ni dando vueltas de aquí para allá como un sonámbulo. Esta noche voy a salir a la calle a dejar que mi libido satisfaga sus instintos, y que el deseo aflore libre. No soy ni un puto ni un flete sólo alguien cuyo amante todavía no abre la puerta de la verdad para dormir junto a mí, para ser el que es, para mostrar sus emociones a plenitud. Me pregunto Sebastián, ¿hasta cuándo representarás ese papel de soltero empedernido que estás empeñado en actuar desde hace muchos años para tu familia, tus amigos y tus negocios? Sé que no puedo exigirte demasiado o nada, pero tú sabes que yo estoy dispuesto a dejar las medias voces con tal de poder compartir junto a ti más que un sábado y un domingo en este hotel caleta donde nadie pueda saber de nosotros. Mucho más que un fin de semana fuera de la ciudad, una noche en el asiento trasero de tu carro frente al mar, unas vacaciones en algún lugar del mundo o los encuentros en una discoteca de ambiente. Quizá esté pidiendo demasiado, quizá estoy tratando de navegar contra la corriente cuando soy consciente que nada será como yo lo imagino. Nunca pensé que iba a enamorarme de esta manera. Sé cómo has gozado de mis locuras y arrebatos, mientras yo he descubierto tu serenidad y calma. Podríamos ser el equilibrio que andábamos buscando, un complemento el uno para el otro. Sin embargo, nada es perfecto, hay cosas difíciles de comprender y de aceptar hasta en uno mismo que anda cuidándose de no exponer lo que lleva adentro manteniendo el viejo disfraz del correctísimo heterosexual al que nadie cuestiona ni pone en entredicho. Y en este hoyo estamos los dos, cada cual con su propia historia, con sus propios medios y angustias. Y hasta con su propio karma. 

      De nuevo frente al espejo pero esta vez con ropa, no la misma que vestía al entrar hotel, verificar la reservación y pedir la llave sino una más informal aunque elegante, algo pegada al cuerpo y atractiva, Paul termina de arreglarse y lo hace introduciendo en sus pies las botas de cuero negro. Ahora sólo falta colocar en su muñeca el bonito reloj que Sebastián le regaló en su cumpleaños, uno con las iniciales de ambos grabadas en la parte posterior acompañado de un forever love, un poco cursi pero en fin romántico. Tiene dudas si escribirle o no unas cuantas líneas antes de salir por allí a vagabundear sin rumbo fijo. Piensa en lo qué pondrá en la nota y en lo qué le dirá a Sebastián cuando éste quiera saber el motivo de su actitud. En su mochila ya tiene dispuestas sus cosas, lo que no decide aún es si es mejor salir y no volver más tarde, olvidarse del problema que lo tiene bien jodido. Olvidarse al fin y al cabo de Sebastián y buscarse otro. Otro más joven quizá. 

        Fue una noche de ambiente cuando lo conocí, yo estaba súper aburrido bebiendo en la barra de la discoteca, me habían plantado y no deseaba conversar con nadie. Tenía un humor de perros, tomando mi trago de pisco sour de rato en rato lanzaba una ojeada a mi alrededor para desanimar a tiempo cualquier inesperado lance. Y de repente cuando levanté mis ojos me percaté de tu presencia. Me observabas con profunda intensidad, eso me perturbó un poco, tanto que me olvidé del enojo y de todo lo demás. Y permití tu osada actitud, a los cinco minutos de aquel erótico intercambio de miradas pedíamos ya dos tragos más, al menos no iba a perderme una noche de sábado por un estúpido desplante. Resuelto a pasarla bien, acepté con sumo agrado y placer sostener una entretenida conversa; se notaba que eras un hombre de mundo, no uno de esos tontos y arrebatados chiquillos que solo buscan tire y chau, aunque yo lo haya hecho mil veces. Esa seguridad emanando de ti me atrajo desde el inicio. Sé que buscabas una aventura casual para esa noche y en lugar de ello me encontraste a mí. ¿Debo decir vaya suerte? Aquella nuestra primera noche no pasó nada físico, sólo hablamos casi tres horas continuas en una café miraflorino donde las revelaciones emergieron de forma natural. Sebastián tenía su historia y yo la mía, cada una en cierto sentido marcada por el temprano descubrimiento de un deseo diferente, la fachada para evitar malsanos rumores frente al entorno social, las relaciones furtivas: el máximo cuidado en una vida íntima condenada a permanecer bajo un telón oscuro. Hubo una mutua atracción, al principio Sebastián creyó que junto a mi no podría llegar a una relación más larga y duradera, pero se equivocó porque hemos durado dos años. Sebastián era totalmente distinto a lo que yo había conocido hasta ese momento, ambos estábamos cansados y aburridos de tantas noches efímeras, tantas insignificantes aventuras, de revolcarnos con un hombre en la cama sin tener nada que decir al día siguiente. Y fuiste mío  y fui tuyo, hasta hoy que bajo por el ascensor donde la primera vez que subimos al octavo piso yo te quité los lentes y la corbata, luego todo lo demás en la habitación. Veo los números del elevador, desciendo del octavo al primer piso pero esta vez no estás conmigo, estoy solo y tú en algún lugar donde no puedes presentarme, donde yo no existo, donde no soy nadie. Se abren las puertas, camino hacia la recepción y cruzo el portal de vidrio donde está el recepcionista     que no deja de sonreírme y me saluda solícito. Al mirar a la calle, un vientecillo me acaricia y me da una sensación de efímero alivio, no sé por dónde ir no sé cuál dirección tomar. En la lista de mis contactos de cel me sobran los puntos y los amigos cariñosos a los cuales llamar para darse un vacilón y dejar a un lado la incertidumbre de tu llegada. Pero tú eres el único huevón al que amo de verdad y puta madre eso duele, duele porque es cierto, aunque prefieras tu maldito nombre que nadie sepa que eres maricón. Y me vuelvo a preguntar ¿Cuánto tiempo más voy a ser tu Paul a las doce y media de la noche en punto? Mi reloj señala las tres de la madrugada, las luces de la ciudad me atraen poderosamente, voy a tomar un taxi para salir de aquí. Y voy a ser uno más en la boca de la noche cuando tú eres aquel hombre que nadie conoce y yo soy el que siempre fui. 


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