RELATOS DE LA CIUDAD: ALGUIEN EN LA NOCHE

Por Antonio Capurro
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Nunca estuvo entre mis planes ser un escort, ¿por qué lo hice? ¿una forma de conocerme más? ¿dinero fácil? ¿peligro? Todavía sigo respondiéndome a esa pregunta y quizá tenga que pasar un tiempo para que le dé una respuesta acertada porque la vida está hecha de experiencias y esta es una de ellas...

Hoy como casi todas las noches desde que empezó a hacerlo con más frecuencia, Giancarlo saldrá a uno de sus paseos nocturnos a encontrarse con uno de esos clientes que desde hace un par de meses lo busca fielmente. Lo de tener sexo por dinero se le ocurrió por un amigo de la academia quien le dijo que un dinero extra sería fácil de hacer para un chico con buen cuerpo y cara como él, además sólo tendría que hacerlo cuando quisiera, así de fácil, para eso contaba con un celular diferente y cada semana un aviso en los clasificados del diario. Giancarlo había trabajado en varias cosas pero no le parecía una mala idea acostarse con algunos hombres por dinero, además era algo pasajero que podía administrarlo a su antojo. Su cuerpo no era de gym pero tenía lo suyo, empezó a ejercitarse más en casa, a entrenar un poco más. 

Es día sábado, perfecto para relajarse un poco, antes de salir le dará un beso a su hermano de cinco años que duerme en la cama contigua a la suya. Era huérfano de madre, desde hace cinco años Giancarlo al cuidado del hermanito menor, aunque sin perder de vista su objetivo de ingresar a la universidad, por el momento su máximo anhelo. La necesidad de su papá, quien trabajaba como profesor en un colegio nacional, en pagar varias cuentas atrasadas lo obligaron a poner el primer piso de su casa en renta. No demoró ni tres días en ser arrendada, la nueva familia llegó apenas legalizaron el contrato. Era una familia conformada por los padres, una hermana de quince años en silla de ruedas, un abuelito enfermo de artritis y también Eduardo, cinco años mayor que él, estudiante de medicina en la universidad San Marcos. La atracción llegó en el acto en realidad el enamoramiento porque no le había ocurrido antes. Esta era su primera vez, antes con los chicos del cole era solo una fantasía platónica, un entrenamiento básico. 

La tarde en que Eduardo y su familia se mudaron a la casa de Giancarlo ninguno cruzó palabra alguna, lo único que hicieron fue mirarse de reojo como para no evidenciar demasiado un mutuo interés. Aparentemente las cosas marchaban muy normales en casa, poco le faltaba para graduarse del hijo ideal del cual su padre no tenía la menor queja; sin embargo aunque no lo mencionara, la responsabilidad asumida en casa era demasiada para alguien tan joven como él y eso lo abrumaba. Quizás fue eso lo que lo condujo a trabajar como escort de vez en cuando. Ya tenía cerca de medio año haciéndolo. 

Sabía a la hora que llegaba Eduardo de sus prácticas, lo podía ver desde la ventana de la sala y en muchas ocasiones quiso salir a decirle algo y terminaba palteándose. No era tímido pero todavía no había descubierto la forma de llegar hasta él. Hasta que un día se decidió e hicieron clic en el acto. Eduardo no estaba en el closet, esa noche se fueron a caminar por el parque después de comer un par de sandwiches por ahí. No se cansaron de hablar y hablar, hasta se besaron y manosearon un poco en la parte más oscura del lugar y si no fueron al hotel más cercano fue porque era muy tarde para ambos. Esa primera vez ameritaba algo prolongado y distinto. Giancarlo quería algo especial no como con sus clientes a quienes venirse les apremiaba, al menos los que conocía. Así que ya encontrarían ese momento para tirar muy rico sin apuros ni roches. 

Un noche cambió todo. Nunca sospeché nada de ese tipo. Era fornido, serio y amable, tendría cuarenta años. Esa noche como otras antes condujo por la Costa Verde, camino a su casa en uno de los edificios de Miraflores. Luego de sostener una monótona y aburrida conversación él masculló algo ininteligible, quizá no dar una respuesta a su comentario entrecortado terminó por irritarlo. Pronto el carro dejó la carretera para ingresar al circuito de playas. Me puse alerta sin dejar en ningún momento que el nerviosismo me traicionara. Cauto y sereno aguardé a que el auto se detuviera. Faltando unos veinte metros para topar la orilla apagó el motor. A la distancia pude mirar las parpadeantes luces de un barco y el fuerte oleaje desembocando en la arena. Noté por el rabillo de mi ojo como el tipo se mordió los labios y rascó su barbilla antes de extraer una envoltura debajo del asiento. Entonces el miedo se apoderó de mí, que era un arma y que me mataría, fue cuando decidí escaparme, abrí la puerta y salí corriendo de allí. No había logrado avanzar más que tres o cuatro metros cuando me dio alcance. Por unos minutos quise apelar a mis recursos de seducción, tirado en la arena, e intenté producir cierta atmósfera de juego erótico. Mi estrategia fue en vano porque mi cliente convertido en agresor empezó a revelar su lado brutal. Primero me amordazó la boca, luego ató mis manos y sacó un cuchillo con el que rasgó mis ropas e hizo algunos cortes. No pude soportar el resto, antes que me violase caí en la inconsciencia oyendo a lo lejos el ruido de las olas. Y me conduje a la nada. Transité cerca de tres horas por el limbo. Vi a mi madre de nuevo en casa colocando sobre mi cuerpo una manta para que yo durmiese tranquilo, vi a mí padre envolviéndome con todos los abrazos y besos nunca antes manifestados, vi a mi hermanito jugando conmigo en el jardín de la casa, vi a Eduardo sonriéndome. Lo último era cierto…

-Ya te examiné. Tu estado no es grave pero tampoco podrás salir corriendo. La recomendación es descanso y no levantar peso por lo menos un mes. Afortunadamente no tienes golpes en la cara ni siquiera una magulladura. No sé cómo pudo pasarte esto Giancarlo. Recibiste los peores golpes en los brazos y los muslos. Hay leves cortes de navaja en tus hombros, pecho y vientre. Debido a esto último aplicamos una inyección antitetánica. Además, hubo una prueba rectal para comprobar la violación; lo cual pudieron deducir por el estado de tus ropas hechas un desastre y el sangrado anal. 

-Yo... – intentó decir algo pero se calló.

-Cálmate. No tienes que explicarme nada. Si en algo te consuela, le dije al personal médico de emergencia que eres mi primo y que me encargaría de todo, así no llamarán a la policía. Espero que no haya problemas, no lo creo.

Me alarmé un poco con el solo hecho de verme en una delegación asentando la denuncia por violación frente a un poli, ya que hacerlo significaría tener que contar la verdad y dar las características del tipo, tener que decir quien soy, soportar las bromas y los murmullos. Tener que aguantar esas miradas irónicas y burlonas de ¡cabro de mierda!, lo sabía porque a otros ya les había pasado, yo era un puto asqueroso que según ellos merecía esto y mucho más. ¿Cómo es que a un chico de familia se le había ocurrido dedicarse a la putería? 

-Entiendo que desees estar solo para pensar mejor las cosas y descansar antes de salir para tu casa. Sabes, tengo muchas preguntas pero no te las haré en este momento, ya me contarás, nos queda mucho tiempo para conocernos ¿no? Ahora quiero que descanses, luego veremos.

-¿Veremos?

-No te voy a dejar solo con esto. Yo te voy a cuidar. Necesitas mucha comprensión ahora. Además tú sabes que me gustas mucho y quiero conocerte. Yo también he hecho cosas, no me creas un santo. Ya te las contaré. 

Eduardo me calmó, tuve la suerte de tenerlo en el momento adecuado. Mi verdad fue contada en casa, ¿cuál era esta? Que me gustaba lo que hacía que no estaba arrepentido. Fui echado de casa, mi padre no soportaba tener un hijo maricón mucho menos un hijo cabro. Sus palabra no dejaron dudas. Él no sería el hazmerreir de todos en el barrio. Eduardo me ayudó a empacar mis cosas y bajé al primer piso al cuarto que había sido mío. Luisito me visitaba con frecuencia cuando papá salía al dictado de sus clases en el colegio, contrató a una empleada que lo dejaba estar conmigo y que me permitía subir a verlo pero solo cuando él no estaba, al menos tenía ese consuelo. Los padres de Eduardo no dijeron nada, respetaban la vida de su hijo porque les había demostrado que era un estupendo alumno y buen hijo, sabían que era gay no tenían problema con ello. A la semana Eduardo me dijo para quedarnos por un tiempo en la casa de su amigo que viajaba al extranjero y que le había dejado su departamento para cuidarlo. Fue así que pudimos tener más libertad para conocernos, tener mucho sexo y hacer el amor. Me hice la prueba de VIH y salí negativo, había tenido suerte. A todo eso, le añadí una satisfacción personal a mi autoestima logrando uno de los primeros puestos al ingresar a la universidad en el área de letras, eso me devolvió las ganas de seguir adelante y no darme por vencido, además nunca me había considerado un perdedor. Era tan bueno haber conocido a Eduardo, comencé a ir a terapia para superar el trance de la violación. ¿Qué más podía pedir? De repente con el tiempo mi padre cambiaría su actitud. Todo en la vida lleva un proceso. Ya no soy ese alguien de la noche que va por sus clientes, aunque a veces siento que me gustaría hacerlo de nuevo...

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