Relatos de la ciudad: Una muñeca de la noche

El siguiente relato fue creado en una taller de literatura que hice durante el año 2002 y publicado en la selección reunida bajo el título "El ojo del voyeur: cuentos inmorales" de Ediciones Altazor en el año 2005. 

Por Antonio Capurro


Él siempre había coleccionado todo o casi todo lo referente a la bella muñeca de plástico, a la más fresh y cool del mundo, a la que cualquier niña prefería por encima del resto. Porque el resto era puro desecho y Barbie no. Es más, su madre, su esposa y, por supuesto, su hija, adoraban también, aunque no tanto como él, a la fría e imperturbable Barbie, cuya sonrisa nunca se borraba de aquellos labios perfectamente delineados.

Pero en la familia no podían faltar las apariencias y, en el pasado, para mantener el orgullo de los supermachos, él simuló seguir los pasos de su papá, pues nunca jugaba con muñecas; al menos en su presencia. De lo contrario, algunos latigazos marcarían su delicado trasero. Nadie conocía de su valiosa colección; sólo él, cuyo súper secreto conservaba celosamente guardado en la vieja casona familiar, deshabitada hacía diez años. Él y Barbie compartían muchas cosas en común: el pelo rubio aunque en él sin aquel tono platinado, los ojos tan azules como un cielo libre de contaminación, la nariz respingada y los brazos y las piernas muy largas. Claro, él con algo más de carnes que ella, aunque sin exagerar demasiado para no sobrepasar el diet y el light. Se diría que eran evidentes las similitudes; al menos eso lo creía él, excepto por una pequeña gran diferencia: el sexo a Barbie no se le abultada entre las piernas. 

Con el paso de los años él tuvo que reprimir su más profundo yo, un yo sólo liberado de las cadenas de su opresión en sus más osadas fantasías y sueños. Y para colmo de las contradicciones, las casualidades o el azar, un nexo íntimo lo unía con Barbie: él se llamaba Ken. Y así lo confirmaban el pasaporte, la visa, la tarjeta de crédito y el acta de nacimiento: Ken Inhoff Del Mar, mitad alemán, mitad peruano. Género masculino, deseo femenino. Ken no quiere ser Ken sino Barbie, una Barbie amada por un Ken de verdad, uno que lleve el pene bien puesto, no como el inexistente en el novio plastificado de su querida muñeca. 

Padre amoroso, esposo modelo y mujer dormida. Ken al mediodía, un bussines man de portada de revista, Ken a la medianoche, una call girl frente el espejo de la vieja casona. De las cajas de cartón, Ken ha sacado su invalorable tesoro infantil, aquél que nunca se cansa de admirar en las noches en que deja de ser él para mutar a la mujer ansiosa por salir de la oscuridad. En esos momentos Ken ya no es Ken, su elegante traje cae al piso de madera y en su lugar nace la chica nocturna. Su desnudez es cubierta por atractivas y cortas prendas de un rojo carmesí igual que sus labios. El ritual de vestirse le exige sumo cuidado y extrema delicadeza para colocar cada protuberancia extra en su correcto sitio. Un poco por arriba, otro por abajo. Tetas adelante, nalgas atrás. Ninguna estratégica zona es descuidada por la Barbie que poco a poco va tomando las curvas de una muñeca off catálogo. 

Esta noche Ken se siente totalmente hembra para meterse en la cama con el único hombre al que ama desde hace cinco años. El hombre al que ve salir y entrar de su despacho de lunes a viernes, aquél que le hace palpitar el corazón muy acelerado y le mira tan profundo a los ojos cuando quiere convencerlo de sus ideas. Germán es el hombre, la mano derecha de Ken, juntos forman un dúo implacable en los negocios. Germán propone, Ken decide. Pero Ken ha llegado al punto de no retorno, ya no sabe qué hacer para controlar esas ganas locas de tocarlo, de besarlo, de decirle cuánto lo ama, está enamorado como nunca en su vida y en las noches cuando duerme junto a su rubia esposa al menos le queda el sueño, para ser feliz y dichoso. 

Ken no recuerda cómo fue que se enamoró, quizá las interminables horas de trabajo elaborando estrategias de mercado, proyectando cifras o estudiando los índices de la oferta y la demanda permitieron un mayor acercamiento que devino en confianza y en gran amistad. Ken ha visto a Germán desnudo no sólo en sus fantasías sino en los camerinos del club, en la sauna, en las duchas y hasta en la piscina de su residencia. Y Ken se ha enamorado del cuerpo velludo de Germán, de sus estrechas caderas, de sus anchos muslos, de sus abultadas pantorrillas, de sus fuertes bíceps, de sus marcados pectorales, de su grueso cuello, de esa recia y proporcionada virilidad que su platónico amado protege bajo unos ceñidos boxes. Germán es el hombre perfecto para Barbie y ella quiere pertenecerle por entero. 

Para Barbie ya no hay marcha en reverso, lo ha planeado todo sin dejar ningún cabo suelto. Su cita con Germán es a la medianoche en la casona. Luego de un mes de conversaciones en el ciberespacio, de llamadas eróticas, de fotos trucadas, de hot mails y de regalos sorpresa, llegarán a conocerse. Aquella Barbie del chat y de unas letras tipeadas en el frío monitor de una computadora pasará de la realidad virtual a la realidad en carne propia. Ahora faltan diez minutos para la hora señalada. Ken conoce la puntualidad de Germán; así que después de bajar las escaleras, con el propósito de verificar las flechas colocadas desde el portón de entrada indicando la ruta hacia la recámara principal, vuelve a subir para esperarlo de espaldas al tocador, sentado en un cómodo banquillo, arreglándose las medias de encaje. 

Cuando Germán llega y estaciona su carro frente a la casona, puede desde allí divisar la luz encendida en el segundo piso. Está muy excitado, a nadie le ha comentado sobre su extraña relación con la enigmática mujer del ciberespacio llamada Barbie. En una mano trae consigo un presente para ella, el que mejor ha encontrado: una muñeca Barbie de antología. Al poco rato avista la primera señal y entra cruzando el amplio jardín bordeado por altas poncianas y una acera de viejas mayólicas empedradas. Su paso es firme y decidido, aunque transite por terreno desconocido. La incertidumbre abre paso a una creciente ansiedad que únicamente acabará cuando finalmente la vea. Una vez adentro de la casona, donde algunas velas alumbran el espacioso vestíbulo, halla un llavero sobre una mesa de centro. "Sí que lo has sabido hacer, Barbie, excitándome de está manera, en este lugar casi tan enigmático como tú. Tengo unos locos deseos de hacerte el amor", piensa Germán subiendo las escaleras. Cuando llega al último peldaño se percata que de la última habitación, a su diestra, emerge una luz por debajo del umbral. Caminando lentamente llega hasta la puerta, gira la perilla y no pasa nada. Oye unos pasos de tacones y enseguida el silencio. "¿Qué estará haciendo allí, acaso preparándose para darme una sorpresa?", usa el manojo de llaves que tras cuatro intentos le permite entrar al recinto. -¿Barbie? -llama Germán en medio de la penumbra iluminada a medias por los faroles tenues del jardín. Avanza hacia la cama en la que no encuentra más que un espejo de mano y un lápiz labial. 

Inesperadamente, de un lado del ventanal, emerge Barbie casi como una figura etérea. 

-¡Aquí me tienes! -exclama con ese tono sensual ensayado mil veces. 

Germán deja los objetos y clava su mirada en la impactante mujer frente a él. Vuelve a coger el paquete depositado en la cama y se acerca a ella. 

-He traído este pequeño regalo. Espero que te guste. ¡Ábrelo! -dice Germán, entusiasmado. 

La semioscuridad ayuda a que el momento posea cierta aura de misterio. Ninguno quiere encender la luz: ni Barbie que está complacida por el presente, ni Germán que está excitado con aquella extraña belleza rubia. 

-¡Es hermosa! -expresa ella con un brillo en los ojos-. No pudiste haberla escogido mejor. Es una Barbie estupenda. 

-Pero la que tengo enfrente es la única y verdadera -galantea él recibiendo de ella un beso en el rostro, ante lo cual corresponde sujetándola por la cintura. 

-Llegué a pensar que no vendrías a nuestra cita, pues es normal sentir miedo ante lo desconocido. 

Acaricia su espalda, frota suavemente su cuello, huele ese cautivador perfume sin imaginar la falsedad de aquellos artificiales encantos. Enrosca su boca a la de Barbie embriagándose con su aliento suave y delicioso. 

-Pero contigo aquí, ¿de qué podría tener miedo? -le pregunta posando los dedos entre sus labios. 

-Pude no haber satisfecho tus requisitos. A fin de cuentas, una cosa es tipear algunas letras, hablar por teléfono y ver unas fotos, ¿no? 

La abraza más fuerte intentando un acercamiento íntimo.

-¡Ahora ya no habrá distancia de ningún tipo, me gustas mucho y es lo mejor!

Ken lleva una gran lucha interna. Sabe que en cualquier momento el sueño de hadas se convertirá en cenizas cuando le revele a Germán la verdad. Pero aún así está decidido a continuar adelante porque conserva una débil esperanza de que lo acepte tal y como es. Deja la Barbie sobre la cama con bastante delicadeza. Luego regresa al lado de Germán y le pregunta con voz coqueta: 

-¿No te importa si jugamos algo? 

-Que sea cualquier cosa menos a las muñecas, salvo con una de carne y hueso al igual que tú- le responde él sonriendo. 

-Es mi regalo para estar iguales. Sólo habrá un requisito. Te voy a poner una venda en los ojos, ¿okey?

-Sigue, no te detengas. 

Una vez puesto el retazo de tela negra, Ken procede a quitarle la ropa a Germán, suave y delicadamente, gozando al sentir el roce de los vellos de su piel. 

-Tienes unas manos expertas, ¿ya puedo ver? 

-Debes esperar un poco más, Germán -lo conduce al banquillo del tocador-. Sólo un poco más y verás. 

-¿Sabes?, siento como si ya te hubiese soñado, como si lo nuestro no fuera de ahora sino de mucho antes.

Ken retira de su postizo busto el sostén, de sus caderas las pantis negras y de su cara el maquillaje. Ya no luce su vestimenta de Barbie, excepto por la peluca platinada. Una vez desnudo, se arrodilla pegadísimo a las piernas de Germán tomando entre sus manos la gloriosa virilidad. En la boca de Ken el placer de Germán llega al éxtasis.

-¡Vamos!, ¡Barbie!, ¡no pares!, ¡chúpamela toda! 

A punto de terminar con el sublime fellatio, Germán retira sus brazos apoyados sobre el tocador y, quitándose la venda, pone las manos en el cabello de Barbie quien, ocupada en arrancarle un orgasmo, no advierte nada. De pronto él hace un involuntario tirón en la peluca platinada de Barbie que termina por desprenderse de su lugar. Germán tarda unos segundos en reaccionar y cuando entiende el asunto sacude a Ken por los hombros. Su respiración todavía es agitada, jadea intentando poner en orden sus ideas, mientras la erección se ablanda bajo su vientre. Del gozo pasa al anonadamiento, y de éste a la reprobación. 

Ken retrocede hacia el balcón, su cuerpo tiembla, lo que menos deseaba era ese inoportuno, ridículo y risible final. 

-Germán, escúchame, por favor- le ruega. 

-¿Por qué esto, Ken? No sé, no sé. Dios, pudiste haberme dicho que tus preferencias eran distintas y yo te hubiese comprendido. No sé qué pensar, algo debe estar muy mal dentro de ti para que lo hayas hecho conmigo. Precisamente yo, tu amigo. Escúchame bien, Ken, haré de cuenta que nada ocurrió esta noche, ¿esta bien? 

-Lo único que quiero es tu amor, quiero estar a tu lado, quiero sentirte. ¿Qué diferencia hay si tengo un pene o no? Puedes tenerme y listo. Sólo pido que me hagas lo mismo que le haces a una mujer. Seré tu esclavo, me tendrás cuando y como tú quieras -alega Ken. 

-Yo no soy maricón, soy un hombre. Lo que tengo entre las piernas no es para ti sino para una mujer, la que pensé eras tú, ¿entiendes? -afirma Germán tajante, con voz áspera-. No arruines la consideración y el aprecio que tengo por ti. ¿Por qué lo haces?, ¿qué pretendes? 

-Sé que te gustó, eso no lo podrás negar. Me estoy ofreciendo por completo, ¿no lo ves? Todo puede ser tan fácil Germán, nadie tiene por qué saberlo, ni mi esposa ni tu novia en el extranjero, nadie.

Germán ya no sabe cómo actuar ni qué decir. Trata de no ser cruel, sin embargo la rabia aflora irónica:

-Las putas son expertas, pero ¿qué cosa rara eres tú? En todo caso, gracias por la lamida sin costo alguno, ¿o deseas tu pago?, ¿en cheque o efectivo? ¡Habla, vamos! 

Barbie o Ken. Ken o Barbie. Mujer hombre. Hombre mujer. Dentro de él una intensa angustia emerge desmoronando todas sus ilusiones. Ken sabe que después de esa noche ni él ni Germán volverán a ser los mismos. Algo se ha quebrado en su interior, con tal de oír su aceptación es capaz de rogar hasta perder la dignidad. 

-Por favor, puedo ser lo que tú quieras, puedo colmar tus fantasías. ¡Piénsalo! 

Germán empieza a sentirse incómodo, tienes ganas de golpearlo. 

-¡Basta! ¡Basta! Ofrécete a otros menos a mí. No provoques que te ofenda aún más, Ken. 

Ken pierde el control, su mente da vueltas, no sabe qué hacer. Sigue de pie observando con ojos desorbitados la figura de Germán poniéndose los calzoncillos de espaldas a él. En un segundo desvía su atención hacia la muñeca Barbie recostada en la cama, toma el valioso regalo con una mano y sale al balcón. Mientras está quieto, respirando el tibio aire, piensa en lo absurda de la situación y en lo que hará al día siguiente cuando vea y trate a Germán en la empresa. '¿Voy a soportar verlo todos los días y no poder decirle nada?, ¿qué más puedo hacer en este momento para convencerlo?, él no me quiere como yo quiero que lo haga, aún así me contentaría con lo poco que me pueda ofrecer y sería feliz'. Pone a la muñeca frente a su cara, siente que sus fuerzas crecen, que aunque esté sin el disfraz de Barbie por dentro lo es, y que una chica como ella nunca se rendirá. Pero él es real y no un objeto, él es Ken y Ken tiene que ser un hombre para Germán. Un viento fuerte le refresca el rostro desafiante y el cuerpo desnudo, respira profundo y, decidido, abandona su abstracción para volver al ruedo. 

Cuando vuelve donde Germán, éste no tiene más que las medias y los calzoncillos puestos, está al pie de la cama, con la cabeza entre las piernas, diciéndole: 'Sólo una vez lo hice; pero yo no soy así. Yo soy un hombre y pronto me voy a casar con Ursula, hemos hecho el amor mil veces...' 

-Entonces también lo hiciste...

-¡Ten mucho cuidado con lo que vas a decir! -amenaza Germán dando unos pasos hacia Ken.

-Pues de mi boca no saldrá nada, te lo aseguro. Pero no dejo de sorprenderme, hace unos minutos te referías a mí de la peor forma y mira dónde quedó todo eso. ¿Quién lo diría?, tú que te afirmabas tanto en tu hombría tachándome de... ¿qué me dijiste?, 'cosa'. Pues como bien dicen todos tienen su pasado -lo que busca KenBarbie es fastidiarlo, hacer que Germán sea presa de la ira y de la rabia para después aprovechar su vulnerabilidad cuando él desfogue toda esa represión contenida que ahora tiene una explicación y un motivo-. ¿Estás muy seguro que fue sólo una vez o prefieres omitir detalles?

-¿Crees que me haces daño con tus palabras? Pues yo no tuve que vestirme como tú para estar con un... -no puede terminar, da un giro violento hacia un costado de la cama y abraza las sábanas en su pecho. KenBarbie, a unos centímetros de Germán, se queda viendo aquella reacción tan vulnerable. Quiere acercarse pero algo se lo impide, no sabe si rodearlo con su afecto o salir de una vez y dejarlo allí sólo para vengarse por sus malsonantes palabras. Sin embargo su mirada no es de odio ni mucho menos, no puede sentir desprecio por Germán a quien ama de verdad. 

-Germán, yo... -balbucea acercando las manos temblorosas a su cabello- quiero darte algo mío, algo que te hará sentir bien, no temas porque yo también he pasado por ello. Comprendo lo que te ocurre, todos pasamos por eso, tan solo déjate llevar por lo que tienes dentro y punto.

Entonces Germán voltea de improviso sin dar tiempo a que Ken pueda hacer algo. Tiene el rostro fiero, se ha liberado de su interior una represión contenida, un demonio inesperado que pronto desfogará sobre una presa sorprendida. Cogiendo de ambos brazos a Ken, Germán lo tira en la cama colocándose encima, sujetándole los brazos con mucha fuerza y poniendo las piernas muy duras entre las de él. Germán es dueño de la situación, domina el cuerpo de Ken y requiere poseerlo de una vez por todas, poseerlo una y otra vez hasta saciarse por completo.

-Viólame, nunca nadie me lo hizo de forma tan salvaje -le dice Ken susurrándole al oído-, me harás feliz. Házmelo por favor.

-Cállate, no digas nada. Te daré lo que deseabas de mí, lo que tengo para un hombre como tú. 

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