RELATOS DE LA CIUDAD: EN TU RECUERDO, LEONARDO

Escrito a fines de los años noventa "En tu recuerdo, Leonardo" se ubica dentro de esa visión del amor idealizado y romántico que no puede mostrarse. 

Por Antonio Capurro
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Esta noche de luna llena desde la ventana de mi antigua habitación vuelvo a recordarte, Leonardo. Es una cálida noche de verano en la que puedo sentir todavía el mismo fresco y apacible airecillo del verano del 2000. ¿En dónde estás? ¿Todavía piensas en mí? Me pregunto si eres feliz con lo que elegiste para tu vida. Supongo que no te has arrepentido todavía de haberme cambiado por la mujer a la que el día de tu boda juraste fidelidad absoluta. Yo estaba en la iglesia aquel día gris y aciago. Vi tu correcta actuación de novio feliz y lloré por dentro, pero yo también representé mi papel a cabalidad. Luego que todo el mundo abandonó la iglesia me quedé en una banca, solitario y meditabundo. Era yo, Leonardo, el hermano menor de la recién casada que rogaba ser tragado por la tierra a un Dios en el cual nunca he creído. Ahora que han pasado diez años y vuelvo a releer aquel viejo diario que llevé por unos años me pregunto si alguien sospechó de lo nuestro. Sé que nuestro clandestino romance fue tan verdadero como la primera vez que sentí tu penetrante mirada en el salón de la casa, cuando llegaste tomado de la delicada mano de mi hermana a cumplir con el formalismo de enamorado oficial. Todo esto vuelvo a traer a la memoria en el mismo lugar donde ocurrieron los hechos, donde tú y yo fuimos dos hombres en la plenitud del deseo. Acabo de llegar de un largo y cansado vuelo que me trajo desde Roma, a esta ciudad llena de máscaras y apariencias en la que ambos desde el inicio nos convertimos en dos piezas de una peligrosa relación. Y así fue…

Fue una inquieta noche como esta, una que anunciaba la llegada de la primavera. Justamente habían finalizado mis exámenes en la universidad y con ello el ciclo académico; así que ni corto ni perezoso decidí volver de inmediato a la casona para tomar mis vacaciones de mitad de año. Me pareció raro que Patricia se guardara el secreto de tu existencia, pues yo conocía sus pecados y buenas obras al detalle, así como Patricia los míos, excepto, claro está, mi preferencia sexual. Cuando Patricia y yo no nos veíamos por motivo de estudio o trabajo, era una fiel costumbre entre nosotros escribirnos o llamarnos por teléfono. Esa vez creo que quiso darme una sorpresa porque se aguantó hasta el día de mi llegada. Era evidente y palpable que rebosaba de felicidad, ya lo suponía por sus últimas cartas en las que parecía más inspirada que nunca. Quería verificar que tan guapo podía ser Leonardo Arias, el chico de cabellos negros ondulados, un metro ochenta y mirada traviesa que sonreía tiernamente en la foto que Patricia me había enseñador por la mañana. Esa noche de nuestro primer encuentro llegaste a casa muy puntual, por eso te abrí la puerta porque todos estaban todavía cambiándose.

- ¡Hola! Yo soy Matías. Pasa y ponte cómodo, ya debes conocer la casa, así que adelante. Mis padres y Patricia no tardarán mucho, la ocasión amerita un poco de retraso –a primera vista me atrapó su irresistible sonrisa. La química se nos pegó desde el inicio, me sentí desnudado por sus ojos. 
-Leonardo, Leonardo Arias, el novio de tu hermana. Tenía entendido que aún continuaban las clases.
-Ya no, ahora estoy completamente libre y listo para ver la pedida de mano, pero ¿todavía se hace eso? Pobrecito de ti -corté el hielo invitándote a sentarte - ¿Es necesario todo este formalismo? No pensé que a Patricia le gustase esa huachafada, pero bueno cada uno tiene sus propios gustos. Además ¿quién soy para criticarla? A veces yo también soy algo cursi. Disculpa no es mi intención ponerte más nervioso.
-Descuida, yo tampoco lo quería, pero tu hermana insistió. Ya sabes cómo son las mujeres…
-No, no lo sé….
-En estas ocasiones tan especiales algunos recomiendan armarse de valor con una copa de algún trago fuerte, ¿puedo? -me sugeriste mirando el bar enfrente de nosotros.
- ¿Qué tomas, entonces? 
-Un whisky con mucho hielo me caería perfecto.
Te alcancé el vaso y me senté frente a ti. Volví a fijarme en tu vestimenta tan formal en comparación a mis jeans, polo y zapatillas. Yo no había tenido muchos amantes, pero si los suficientes para darme cuenta de que no eras tan heterosexual como intentabas mostrarte. Había algo en ti que me decía lo contrario y no me equivoqué. 

Luego de una semana eras el novio oficial y frecuentabas más la casa. Inevitable vernos o conversar un poco, aunque nada tan profundo. Me encontraba solo, totalmente disponible para, según me lo planteé, dedicarme a mis estudios y olvidar enamorarme. Pero uno nunca puede ordenar a los sentimientos como en el teclado de tu laptop, no sé puede cerrar las puertas y convertirse en una ostra, enclaustrarse por siempre en uno mismo por temor a ser herido como esa breve pero intensa relación que tuve con un chico de la universidad. Patricia a sus veinticinco años estaba más bella que nunca, radiante y dichosamente comprometida con el hombre de su vida. No sé cansaba de repetírmelo cada noche cuando conversábamos echados en su cama luego que Leonardo y ella se despedían en la entrada de la casa con un beso y algunas intensas caricias, todo eso que yo deseaba para mí era de mi hermana. Poco a poco con las miradas prolongadas nos fueron delatando, queríamos estar cerca el uno del otro, nuestra proxemia o lenguaje corporal era evidente. Notaba que deseabas decirme algo más, desde que te conocí noté tu gran elocuencia, pero te quedabas de pronto callado mirando hacia el horizonte…la verdad no sabía qué hacer hasta el día en que decía regresar a la ciudad y quedarme ahí el resto del verano. Al día siguiente se los comunicaría a mis padres, pero las cosas a veces ocurren de forma por demás imprevisible como esa tarde que estaba solo en casa hasta que tocaste el timbre. Me dijiste que no era justo que no podía irme así nomás que todo se arreglaría o qué se yo. No quise decir nada, solo escucharte. A los diez minutos salimos hacia el campo, luego de caminar bajo los abedules rodeábamos la laguna en la cual solía abstraerme por completo cuando quería encontrar ciertas respuestas a mi vida. Por un instante casi me olvidé de que no estaba solo cuando de pronto me abrazaste fuertemente por detrás y en un segundo me besabas arrecho. Arrechos los dos, pero enamorados también. Tu duro vientre, tus brazos y piernas firmes, tu pecho bien marcado sobre el cual mi lengua fue como el fuego. A partir de aquel encuentro tuvimos que volvernos un par de buenos actores para enmascarar a la perfección nuestras ganas de tocarnos.

A Patricia le encantó que Leonardo se convirtiera tan rápido en mi amigo, estrategia que funcionó muy bien porque de esa forma tenía el pretexto ideal para vernos cuando él o yo quisiéramos. En San Jacinto, la ciudad donde teníamos la casa de campo, Leonardo trabajaba en un proyecto de irrigación como ingeniero agroindustrial residente. Su hotel quedaba a diez minutos del pueblo, así que ahí me daba las escapadas nocturnas conduciendo mi moto. Por las mañanas muy temprano era una costumbre quedarnos muy juntos escuchando cada uno la respiración del otro al unísono. Y antes de ducharnos, para ir cada uno a su debido puesto, yo sacaba el libro de Rimbaud de la mochila para leerle aquellos poemas que tan concentrado oía él con sus ojos envueltos en una tierna nostalgia. Esos ojos que intuían quizá un futuro gris. Aquellas fueron nuestras mejores estaciones de las que disfrutamos durante tres años continuos; período en el que Leonardo prolongó su noviazgo poniendo siempre una que otra excusa ante Patricia, quien deseaba convencerlo de salir del país con el objetivo de abrirse camino. Cuando yo no estaba de vacaciones, Leonardo aprovechaba las reuniones de la obra para darse un salto a la casa de mis tíos donde yo permanecía en tiempo de universidad. Y se quedaba en la habitación de huéspedes adonde sigilosamente me escabullía de madrugada riéndonos de mis tíos que pensaban en nosotros como dos futuros cuñados. 

Los días que pasan, las memorias que son tan solo parte de recuerdo. El recuerdo de los años vividos. Leonardo eligió el día en que me gradué de arquitecto para hacer el anuncio oficial de la fecha de matrimonio. Luego de la ceremonia en la universidad nos trasladamos a San Jacinto, donde me esperaba un agasajo a la medida. Una semana antes les había dicho a mis padres acerca de mi orientación sexual, ante lo cual felizmente no encontré hostilidad. De aquí en adelante viviría con el closet abierto; mientras que Leonardo no. Cuando pudimos escaparnos, él de Patricia y yo de mis juergueros amigos, ya era de madrugada. El calendario indicaba marzo y el calor del verano aún se dejaba sentir muy fuerte. Habían transcurrido tres años desde aquella tarde en el campo a la orilla de la laguna, estábamos nuevamente abrazados sobre la hierba, yo recostado en su pecho y él tratando de encontrar palabras que no produjeran demasiada desazón. Aquel prolongado silencio significaba el final de nuestra relación. Enseguida caminé hacia la laguna para zambullirme, pero no conseguí hacerlo pues Leonardo, abrazándose con toda su fuerza a mi pecho, para luego soltarme. 

Verano del 2010. Por unas horas, por unos días, por algunos años o tal vez para siempre cerraré mi diario, la fuente de lo pasado. Es bastante lo que he vuelto a leer y suficiente para una madrugada tan seductora. Ahora, finalmente, voy desnudo a la cama como sé que desnudo estoy siempre en los sueños de Leonardo. 


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