RELATOS DE LA CIUDAD: Dulce melodía Por Antonio Capurro

Por aquellos tiempos, hablo de unos casi veinte años atrás, pensé en cómo sería enamorarse de un romántico violinista...


Unos minutos antes de las doce de la medianoche llegó a su casa el músico de los dedos virtuosos y la mirada lánguida. Apenas entró al departamento, Oliver se fue directo a la cama no sin antes colgar su gabán gris en el perchero de la pared, en la oscuridad de su dormitorio trató de poner su mente en blanco de relajarse aunque sea por unos minutos, olvidar que no tenía empleo y que la plata se le estaba acabando, era hora de buscar otra chamba, nada de ventas porque eso no iba con él, porque cada uno conoce su propia FODA, sus fortalezas y debilidades. Definitivamente él no tenía esa facilidad para convencer a la gente de 100 canales por 30 dólares, paquete completo, haga suya la oferta ahora ya pues amigo ¿qué dices? ¿lo compras o no? Al único que había convencido con aguantarse en cobrar la renta era a su casero, sino tendría que dormir debajo de un puente, la situación era crítica, el dinero se esfumaba día a día, sus ahorros de tres meses del penúltimo trabajo como reponedor de un supermercado los había invertido en los gastos del conservatorio. Las cuentas se abultaban, vivir para cobrar y pagar, eso no era vida, pero Oliver se mentalizaba para un futuro diferente; aunque en ese momento hubiera preferido estar mil veces  junto a su hermano Alex en el país de los canguros, Australia. Prendió la lámpara de la mesa de noche para ver en su laptop las últimas fotos que Juan le había enviado: sol, playa, bronceado y con una rubia a su lado, eso era vida. En Navidad su hermano le había enviado un par de calzoncillos marca AUSSIEBUM más un catálogo con todos esos chicos de cuerpos perfectos. Los hombres no constituían un problema en lo absoluto, cuando la urgencia del cuerpo lo necesitaba uno de sus amigos cariñosos lo sacaba de apuros, un polvo cada semana sin enredos amorosos de por medio lo devolvía a un estado creativo y apaciguaba esas urgencias de la carne. Pero ahora, lo mejor era estar solo y poner la concentración en sus estudios porque Oliver sabía la importancia de concluir su carrera de música que por nada del mundo deseaba dejar a medias. Entonces, tuvo la irresistible tentación de tocar y tocar hasta que le dolieran los dedos, pero el cansancio pudo más, no tenía ganas de prepararse nada para cenar así que se dormiría con el sanguche de tres lucas comido a la salida del conservatorio. Se quitó las ropas una a una colocándolas en el respaldar de la silla, de allí directo al baño a lavar sus dientes y a descargar la orina. Al poco de apagar todas las luces y desconectar el televisor fue vencido por un sueño que no duró mucho porque la mañana vino tan rápido que despertó hambriento y con la feliz erección de los veinte años lista para ser descargada, por fortuna había un poco de yogurt, dos empanadas una manzanas para el desayuno, luego un baño y de allí a ensayar de nuevo con el violín. 

-Ya envié el demo y tu aplicación para la beca Ford de música, pero tenemos que ver otras becas más, todas las que se puedan. El profesor Jacques me dará mañana los papeles de las otras fundaciones y academias –dijo su maestro de cultura musical Frank Fernández, que tanto lo alentaba a seguir adelante– eres uno de los mejores de esta promoción y los demás maestros lo saben. No tienes por qué ser humilde, al César lo que es del César y tú eres nuestra mejor carta de presentación en el extranjero, estoy seguro de ello. Solo tienes que concentrarse, nada más.
-Maestro Franz me halaga, su confianza y fe en mí son muy grandes, ¿qué más puedo decirle? pucha no sabe cuánto quiero ganarme esa beca, sería chévere aprender más y mostrarle a todos mi talento, ser uno de los grandes.
-Lo harás Oliver, paso a paso, recién estás empezando, vendrá lo mejor para ti, eso lo sé – le tomó una mano dándole una palmada en la espalda. 

Todos en el conservatorio sabían que su querido maestro Franz Fernández era un gay solitario, alguien melancólico cuya privada era todo un secreto, un gran profesor, vehemente y apasionado, pero que encerraba una profunda tristeza en sus ojos. Era guapo, decente, carismático, un hombre como pocos que no había tenido la oportunidad de conseguir un amor, a Oliver le gustaba como un buen amigo y lo apreciaba mucho por considerarlo su pupilo. Algunos fines de semana su maestro lo invitaba a su casa, una residencia antigua, donde el joven músico podía compartir horas tras horas de música clásica, fotos antiguas y citas de muchos libros en una biblioteca inmensa, era una atmósfera cálida pero al mismo tiempo sombría de una terrible soledad, la de un hombre en la tercera etapa de su vida viendo irse los mejores años. Oliver no deseaba quedarse solo, todo lo contrario, él aspiraba a encontrar un compañero con el cual envejecer, en eso pensaba cuando salió de la casa del maestro Franz, luego de escuchar  a los clásicos, de la tertulia y de un lonche con el sabor de los exquisitos panecillos de maíz, la torta de fresas y el café cappuccino. Su departamento quedaba al otro extremo de la ciudad, el viaje como siempre duró una hora así que cuando llegó a su edificio y abrió la puerta del dormitorio lo primero que hizo fue quitarse toda la ropa. Le encantaba estar desnudo. Durmió un par de horas de corrido y cuando despertó fue de frente a la ducha a meterse un baño con agua fría, luego a secarse para ensayar con su violín. No le importó ni la hora, ni el sueño de los vecinos, ni que al día siguiente tendría que volver a la calle a buscar chamba luego de haber marcado los avisos clasificados del periódico del domingo. Era fin de semana y en vez de ir a la disco o entrar al chat para buscar un polvo continuó tocando imparable, su público fueron las estrellas, la luna nueva y el gato vagabundo que desde un mes atrás llegaba siempre por las noches a pedirle comida y hasta robarle de la cocina lo que encontraba a su gusto. Era un gato de color amarillo con un rabo largo, patas blancas y enormes bigotes, un gato vagabundo al que decidió adoptar colocándole el nombre de Tristán, hacía años que no tenía una mascota y le encantó convertirlo en socio de sus desvelos, angustias y extravagancias. Oliver lo bañaba, mantenía súper limpio y cuidado, era obvio que ya no parecía un gato vagabundo sino uno decente. Su reloj marcaban las once cuando se fue dormir junto a Tristán y el violín, quería dormir más pero luego de una hora la insistencia del golpe a la puerta le hizo recoger sus calzoncillos del suelo. De hecho que no podía ser otro más que el hijo del casero de la casa, quien era seguro llegaba a cobrarse la renta del mes pasado. ¿Acaso no se daba cuenta de la hora? Todavía estaba amodorrado, con lagañas en sus ojos y una semi erección que intentaba controlar al máximo cuando abrió la puerta…
-Disculpa pero todavía no recibo el cheque de mi hermano, pero ayer le llamé y me dijo que tuvo un problema, me depositará el próximo lunes o sea…a ver dentro de cinco días. Por favor, dile a tu papá que me espere un tiempo más. 
-¿Por qué te escondes tras la puerta? -respondió Pedro. 
 -Porque no tengo nada más encima. ¿Acaso quieres verme calato? - siempre le había parecido atractivo pero mantuvo su distancia porque era la casa donde vivía. Lo desafío.
-Oh bueno somos hombres ¿no? ¿Qué importa eso?
Le hizo caso y salió de su ocultamiento exponiendo su cuerpo frente a Pedro, quien con su metro ochenta, corpulento y macizo, con esa barba creciendo furiosa en su duro rostro, era muy claro que lo deseaba con una lujuria incontrolable. Oliver lo sabía y había jugado con eso por dos años, pero las cosas tienen un límite. Pedro lo había visto entrar con otros hombres y notaba que eso le molestaba.
-¿Un tiempo? Entonces dentro de cinco días o de lo contrario tendré que tomar otras medidas. 
-¿Otras medidas?, ¿a qué te refieres?
Irónico y molesto, con esa apariencia de luchador de peso pesado de barrio rascándose los vellos que salían de su pecho a través del cuello de la camiseta Boston, agregó:
-¿Tengo que explicártelo? Por favor –chasqueó los dedos –si no tenemos el dinero en la fecha señalada…
-Pues yo veré la forma de pagarte –cerró la puerta sin darle tiempo a una reacción –ya sé lo que te gusta, pero esto no lo tendrás –se cogió las bolas pensando en Pedro y en toda esa libido que recorría sus ganas y le cerró la puerta en la cara.

De hecho qué lo había dejado arrecho como un toro, pero se lo merecía. Los días lunes no tenía clases en el conservatorio, decidió quedarse en casa y no salir para nada, se tiró en el mullido sofá a leer unas revistas con Tristán a su lado. No podía sacar de su cabeza la cara de Pedro. Entretenido en sus pensamientos olvidó todo a su alrededor cuando de pronto un sonido, al cual en un principio no hizo caso, le quitó de golpe el apacible relax. Alguien pretendía abrir la puerta, los latidos de su corazón se aceleraron, trató de esconderse, pero no supo dónde hasta que vio el biombo y allí se quedó muy quieto, sin pestañear para nada y con el violín en su mano.  Se quedó muy quieto hasta que vio a Pedro atisbando por la puerta, no traía nada encima salvo unos calzoncillos.. ¿Cómo es que se había atrevido a hacer eso? Claro, tenía una copia pero no para entrar en su casa como un ladrón. ¿Acaso lo había hecho antes? 
-¿Qué mierda haces acá? No tienes derecho a entrar como un ratero, ¿qué viniste a buscar? Te dije que pagaría la renta en cinco días, le contaré a tu papá todo esto  –gritó encarándolo –¿entiendes lo que digo? 
-Eres un pendejo de mierda, no entré a robar tu violín o algo por el estilo, quise tocarte la puerta y de pronto noté que estaba abierta, quería dejar un sobre que recibí por la tarde pero como me cerraste la puerta. ¿Por qué reaccionaste como un loco? Nadie quiere votarte del edificio. Disculpa, ya me voy. 
-No, espera –exclamó abriendo el sobre -disculpa mi mal humor. He estado preocupado estos últimos días por el tema del dinero, tú sabes. 
-¿A tu hermano todavía le gusta escribir a la antigua, no?
-Sí, pero igual hacemos uso del correo, del Skype, todo eso. Todo bien, dice que viene a fin de año con su novia gringa. 
-Eso es bueno. Entonces no hay ningún problema. Sabes, yo pensé que viajarías a Australia o por una beca con lo de la música. ¿Cómo va eso?
-Con la música todo bien. Estoy practicando arduo. Seguro que me escuchas.
-Sí, y se oye muy bonito. Yo no sé mucho de lo clásico pero... contigo podría aprender más.
Oliver levantó una ceja sorprendido por el comentario. 
-Aw...con respecto a lo de Australia de darse el caso el único motivo sería tan solo para ver a los hombres que corren en sus playas con esos speedo diminutos, eso sí que es muy sexy.
-Ah, pero no tienes que viajar tan lejos eh. Los tienes en Río o aquí mismo en Perú. O aquí frente a ti.
Al parecer ya no había más vuelta que darle al tema, Pedro, el que hasta ese momento creía un macho heterosexual, estaba coqueteándole.
-Yo mismo las uso, quizá un día te enseñe una, pero tendríamos que ir juntos a la playa el próximo verano.
-¿Por qué esperar hasta el próximo verano? Si puedo verlo todo aquí y ahora.
-Prepárate porque tendrás muchísimo más que eso...

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