Relatos de la Ciudad: Ser por Antonio Capurro

Por Antonio Capurro

PRESENTE

Luego de cerrar el archivo con los papeles del caso penal que lo tiene muy estresado últimamente y meterlos de nuevo en la gaveta se levanta de la silla giratoria y revisa su celular. Son las cinco de la tarde, bastante para un sábado que debería pasarlo con su chico, pero los workcoholic como él se lo toman muy en serio. Está cansado, pero es algo manejable. Sabe que puede actuar bajo presión, así que no le preocupa mucho. Además tiene el resto del día y el domingo para descansar un poco y recuperar energías. Gonzalo toma su saco del perchero, camina hacia la puerta y cierra su despacho.

Dos cuadras más y estaré en el departamento. Las gentes, las calles, los edificios, el cielo pálido, el ruido, los autos, las señales de tránsito, los árboles, la ciudad que nunca se detiene, el celular timbra, es una llamada del trabajo que no contestaré. No, no, no. Lo apago porque no quiero saber nada de nada hasta el lunes. A la mierda. Vuelvo a mirar al frente: luz roja. Stop. Luz verde: pase. Luz ámbar. ¿A quién le importa la luz ámbar en este país? Solo a los que hacen lo correcto o tal vez a los que no andan demasiados apurados como yo en este país de las maravillas. De nuevo la gente que pasa, busco mis anteojos en la guantera junto a las llaves que no están. Hace calor y me sofoco. Necesito una ducha, un masaje, una bebida fría...darme un buen polvo, masturbarme, ver porno. De esta lista luego de tres horas he cumplido todas menos las que te hacen sentir el cuerpo del otro, si estuviera Vicente aquí...Son casi las doce de la noche, he querido escribir otro párrafo más del capítulo sexto de mi novela intitulada ‘No busques un paraíso’, de cuya existencia nadie sabe, excepto mi gato Tom, un felino atigrado que ya va por los cinco años, al que adopté de la calle. Apago la computadora y las luces de mi estudio para ir a la cocina a comer algo, un vaso con leche y después a dormir como un angelito. En un mes tomaré mis vacaciones junto a Vicente si es que él acepta por supuesto. No quiero que me agarre la depresión, últimamente no me encuentro muy seguro de algunas cosas, mi terapeuta afirma que padezco de una momentánea crisis existencial, esa que se avecina con los cuarenta. ¡¡Carajo, los cuarenta!! Me levanto de la cama y después de volver a encender mi celular, decido meter el cuerpo debajo del edredón hasta las cinco de la madrugada en que despierto de pronto. Tengo ganas de llamar a Vicente y desahuevarme de una vez por todas. No deseo cagarla, no esta vez. 

Sentado al borde de la cama no esperó más y marcó uno a uno los números, luego de un par de timbradas...

“Soy yo”
“Sé que eres tú Gonzalo”
“¿No te desperté no?”
“Pues no, cuando no estoy de guardia me quedo hasta muy tarde investigando, además estaba a punto de llamarte, pero esperé a que lo hicieras tú y ahora estamos hablando”
“Si y me encanta poder escucharte, ¿estás bien, no? Quiero verte pronto, me gustaría que te quedaras aquí conmigo, dormir juntos todas las noches. Pucha, no sé si esté yendo muy rápido pero me gustas un montón, puta madre me he enamorado de ti. Tengo cuarenta años y sueno como un chiquillo. Me imagino que no sales con nadie, ¿no? Sino se lo quitaré he he he”
“¡Ja ja ja, así que eres de los que no se rinden nunca, eh!
“Nunca cuando vale la pena el premio”
¿Entonces vendrás conmigo al norte?
“Un mes juntos, ja ja ja será nuestra luna de miel”.

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